Cómo leer las etiquetas alimentarias para saber lo que compramos
Los envases de los alimentos tienen mucha información, pero no toda es relevante. Hay publicidad, frases sugerentes, palabras que no significan nada… Para saber realmente lo que estamos comprando, deberíamos prestar atención a la información que sí es útil. Esta se encuentra en tres partes fundamentales de la etiqueta que, además, son obligatorias: la denominación legal de venta, el listado de ingredientes y la información nutricional. Te lo explicamos en detalle y con ejemplos.
Denominación legal de venta
Se suele mostrar delante de la lista de ingredientes y puede expresarse de una de las siguientes formas:
- Denominación definida legalmente. Para aquellos alimentos cuya denominación está recogida por la legislación. Por ejemplo, según la normativa, la “mayonesa” es la salsa formada por una emulsión constituida principalmente por aceites vegetales, huevo, vinagre y zumo de limón, de modo que, si no cumple estos requisitos, no puede venderse bajo ese nombre (es el caso de otras salsas, como Ligeresa).
- Nombre consagrado por el uso. Si el alimento no está definido legalmente, puede utilizarse el nombre socialmente conocido y tradicionalmente aceptado; por ejemplo, “fabada” o “natillas”.
- Descripción del producto. Si el alimento no está definido por la legislación, también se puede usar como denominación de venta una explicación detallada; por ejemplo, “empanada de hojaldre rellena de atún con salsa de tomate y huevo cocido”.
En principio, la denominación legal de venta puede parecer superflua, pero es importante consultarla para identificar el producto inequívocamente y así saber lo que de verdad estamos comprando. Puede haber muchas confusiones que se deben, sobre todo, a que hay infinidad de productos que tienen un aspecto muy parecido, pero características diferentes.
Por ejemplo, esto es muy habitual en los productos para los que existen diferentes categorías comerciales, como el jamón cocido, que puede ser “jamón cocido extra”, “jamón cocido” o “fiambre de jamón cocido”. La diferencia radica sobre todo en la proporción de jamón: entre un 80-90 % en el extra, en torno a un 70-80 % en el jamón cocido y en torno al 50 % en el fiambre. Para reducir los porcentajes de carne, se añaden ingredientes capaces de retener agua, como proteínas, en el jamón cocido, y féculas, en el fiambre.
A veces la confusión no se debe solo a nuestro desconocimiento o despiste, sino también a los reclamos que se indican en el envase. Por ejemplo, algunas marcas de jamón cocido incluyen la palabra “extrajugoso” o similares, lo que puede hacernos pensar que se trata de “jamón cocido extra”, cuando en realidad es “jamón cocido”, es decir, una categoría comercial inferior.
Listado de ingredientes
Es la parte más importante. Como su nombre indica, en ella se muestran los ingredientes presentes en el producto. Esto es algo obvio, pero lo que no resulta tan evidente son algunos detalles que pueden ayudarnos a conocer mejor el alimento:
- El orden. Los ingredientes deben enumerarse en orden, según su peso en el producto. Es decir, los que aparecen en primer lugar son los mayoritarios, mientras que los últimos son los que se encuentran en menor cantidad. Esto significa que, si en un producto los primeros ingredientes son poco saludables, como azúcar, sal, harinas refinadas, aceites de mala calidad nutricional (por ejemplo, aceite de palma) o agua, lo más probable es que el producto sea poco interesante desde el punto de vista nutricional.
- Ingredientes destacados. Si alguno de los compuestos se destaca de algún modo en el envase (por ejemplo, con imágenes o palabras), debe especificarse su cantidad en la lista de ingredientes. Esto es especialmente relevante en los productos que utilizan un ingrediente como reclamo, porque a veces se halla en una cantidad insignificante. Por ejemplo, una crema de bogavante que en realidad contiene tan solo un 0,5 % de bogavante.
- Cantidad de ingredientes. Está muy extendida la idea de que los productos con más de cinco ingredientes son indeseables, pero es una generalización que nos puede despistar. Y lo mismo se puede decir para los productos que contienen aditivos (que a pesar de su mala fama son seguros), y para los que contienen otros ingredientes que también gozan de mala fama, como azúcar, sal o determinados tipos de aceites o grasas. En estos casos, deberíamos tener en cuenta que la cantidad en la que se encuentran (cuanto menos azúcar y menos sal, mejor) y, sobre todo, prestar atención al tipo de alimento del que se trata.
Información nutricional
Es lo que primero miramos, pero no es tan relevante como solemos pensar. Además, puede despistarnos porque nos centramos en la energía y los nutrientes (sobre todo en la grasa y los azúcares), en lugar de considerar el alimento en sí o sus ingredientes, que es lo más importante. Por ejemplo, podemos llegar a pensar que unas nueces son insanas porque aportan muchas calorías y mucha grasa y, por otro lado, creer que unas galletas light son saludables por no contener grasa o azúcares, cuando es justo al contrario: los frutos secos son más saludables que las galletas.
En la información nutricional debe indicarse de forma obligatoria: el valor energético (“calorías”) y las cantidades de grasas, ácidos grasos saturados, hidratos de carbono, azúcares, proteínas y sal (a partir de 1,25 % se considera que la cantidad es excesiva).
De forma voluntaria se pueden incluir, además, las cantidades de ácidos grasos monoinsaturados, ácidos grasos poliinsaturados, polialcoholes, almidón, fibra alimentaria, así como de vitaminas y minerales (siempre que se encuentren en una cantidad significativa).
Otros datos de interés
Fecha de duración
Puede expresarse de dos modos, dependiendo de sus características. En los alimentos que son muy perecederos y que pueden suponer un riesgo inmediato para la salud si los consumimos una vez pasada esa fecha, se pone fecha de caducidad (por ejemplo, una bandeja de carne cruda). En el resto se pone fecha de consumo preferente (por ejemplo, un paquete de espaguetis).
Cantidad de producto
Es un dato en el que apenas nos fijamos porque solemos valorar la cantidad de producto en base al volumen que ocupa, es decir, al tamaño. Pero en algunas ocasiones el volumen no se corresponde con el peso y eso puede despistarnos (por ejemplo, en algunos helados), así que conviene observar la cantidad indicada en el envase.
Origen
Algunos alimentos, como el pescado, la miel, las frutas, las hortalizas, las legumbres o los huevos deben mostrar el origen en su etiqueta. Conviene prestar especial atención en algunos productos, como las conservas de vegetales, porque a veces se destaca en el envase que ha sido “elaborado” en alguna región española, pero, si leemos el origen, se indica otro país. Es decir, se trata de vegetales cultivados en otro país, pero envasados en España.