La Tierra registra el día más caluroso jamás vivido
Mientras las olas de calor cubren Europa y Estados Unidos este verano, los récords de temperatura se disparan.
El 22 de julio, la temperatura media global superó los 16°C, convirtiéndose en el día más caluroso jamás registrado. El segundo día más caluroso se registró el día anterior, el 21 de julio. El récord de temperatura se obtuvo a partir de los datos preliminares medidos por el Servicio de Cambio Climático Copernicus en Europa.
Esta organización de la ONU comenzó a medir la temperatura de la Tierra en la década de 1940, pero los estudios realizados en anillos de árboles y núcleos de hielo sugieren que las temperaturas están aumentando a niveles no vistos en miles de años.
Pero la Tierra ha vivido días más cálidos en su pasado remoto, y volverá a vivirlos en el futuro. Durante los llamados periodos de invernadero, cuando la atmósfera estaba sobrecargada de gases de efecto invernadero, el planeta era mucho más cálido que hoy y las peores olas de calor eran una pesadilla. Y aunque las emisiones humanas de carbono aún no han llevado a la Tierra a un nuevo estado de invernadero, el cambio climático está haciendo que las olas de calor sean más frecuentes y graves. La Tierra no será tan abrasadora e inhabitable como Venus en un futuro próximo (allí las temperaturas son tan altas como para derretir el plomo), pero la comunidad científica afirma que el calor que desafía los límites de la tolerancia humana será más frecuente a medida que avance el siglo.
Y en un futuro muy, muy lejano, la Tierra podría llegar a parecerse a Venus.
Un pasado abrasador
Aunque no lo parezca, la Tierra se encuentra actualmente en lo que los geólogos consideran un clima glacial: un periodo lo suficientemente frío como para soportar un ciclo glacial, en el que las grandes capas de hielo continentales crecen y decrecen cerca de los polos. (Para hacernos una idea de cómo sería un mundo mucho más cálido, tenemos que retroceder al menos 50 millones de años, hasta principios del Eoceno.
“Ese fue el último clima realmente cálido que experimentó la Tierra”, afirma Jessica Tierney, paleoclimatóloga de la Universidad de Arizona.
En la actualidad, la temperatura media de la Tierra ronda los 15,5 grados celsius. A principios del Eoceno, la temperatura se acercaba a los 21 grados y el mundo era diferente. Los polos estaban libres de hielo y los océanos tropicales se calentaban a temperaturas de balneario de 35 grados. En el Ártico había palmeras y cocodrilos. Varios millones de años antes, durante el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM), la temperatura era aún mayor.
En los recovecos más profundos del tiempo geológico se esconden períodos de invernadero más extremos. Durante el invernadero caliente del Cretácico, hace 92 millones de años, la temperatura de la superficie del planeta se elevó a unos 29 grados y se mantuvo caliente durante millones de años, lo que permitió el florecimiento de selvas tropicales templadas cerca del Polo Sur. Hace unos 250 millones de años, el límite entre el Pérmico y el Triásico está marcado por un calentamiento global extremo en el que la temperatura media de la Tierra rondó los 32 grados durante millones de años, según una reconstrucción preliminar del Instituto Smithsonian.
En ese intervalo infernal, la Tierra experimentó la peor mortandad de vida de su historia. Los océanos tropicales eran como un jacuzzi. No disponemos de datos meteorológicos diarios del Pérmico (ni de ningún otro capítulo antiguo de la historia de la Tierra), pero es probable que en el vasto y seco interior del supercontinente Pangea la ola de calor del Valle de la Muerte de esta semana hubiera sido un día más.
“Cuanto más cálidas sean estas condiciones medias, más a menudo se verán episodios de calor realmente extremos”, afirma Tierney. En los días más calurosos durante las épocas más calurosas, “lugares como un desierto estarían increíblemente calientes”.
El futuro del calentamiento
Todos los periodos invernales recientes de la Tierra parecen tener algo en común: fueron precedidos por un impulso masivo de gases de efecto invernadero a la atmósfera, ya fueran erupciones volcánicas que arrojaron dióxido de carbono o metano que burbujeó desde el fondo del mar. Los seres humanos están llevando a cabo un experimento planetario similar al quemar enormes reservas de carbono fósil, aumentando los niveles de dióxido de carbono atmosférico a un ritmo nunca visto desde la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, y tal vez mucho antes.
“Por lo general, cuando vemos un cambio rápido en el clima [en el pasado], es impulsado por mecanismos similares a lo que estamos haciendo hoy en día”, dice el científico de la tierra del MIT Kristin Bergmann: “Se produce un cambio bastante rápido en los gases de efecto invernadero que calientan nuestro planeta”.
Como en el pasado, las temperaturas medias globales vuelven a aumentar rápidamente. Y los días extremadamente calurosos también están en alza, con un estudio tras otro concluyendo que las recientes temperaturas récord habrían sido casi imposibles sin nuestra influencia.
Los expertos afirman que es difícil prever con exactitud cuánto se calentará la Tierra si seguimos introduciendo carbono en la atmósfera. En palabras de Michael Wehner, investigador de climas extremos del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, en un correo electrónico: “El aumento de las temperaturas de las futuras olas de calor depende mucho de lo lejos que lleguemos en el futuro y de cuánto dióxido de carbono emitamos”.
Pero un estudio reciente de Wehner y sus colegas ofrece una idea de cómo podrían ser las olas de calor del mañana si no reducimos en absoluto nuestras emisiones de carbono: a finales de siglo, las olas de calor en California podrían alcanzar temperaturas entre cuatro y cinco grados más altas que las actuales.
¿Un destino como el de Venus?
Si uno es nihilista, podría señalar que todo esto son minucias comparado con lo que probablemente experimentará la Tierra en un futuro lejano. Los científicos planetarios llevan mucho tiempo prediciendo que, a medida que el sol vaya envejeciendo y se haga más brillante, la superficie de la Tierra acabará calentándose hasta el punto de que los océanos emepzarán a hervir a fuego lento como el agua en una estufa. El vapor de agua, un potente gas de efecto invernadero, se verterá en la atmósfera, desencadenando un efecto invernadero galopante que, en mil millones de años, podría transformar nuestro mundo en algo parecido a nuestro vecino, Venus. Allí, bajo una atmósfera espesa, tóxica y sulfurosa, las temperaturas de la superficie se acercan a los 480º C.
“Se ha supuesto que, a medida que el Sol siga brillando, ocurrirá lo mismo en la Tierra”, afirma Paul Byrne, científico planetario de la Universidad Estatal de Carolina del Norte (EE. UU.), y añade que, hace miles de millones de años, nuestro vecino planetario podría haber tenido un clima y unos océanos agradables.
Venus podría no haberse arruinado por el sol en absoluto. Recientes trabajos de modelización sugieren que el culpable podría haber sido una serie de paroxismos volcánicos que provocaron “emisiones bíblicas de CO2 a la atmósfera”, afirma Byrne. Pero cualquiera de las dos hipótesis (muerte planetaria por calor solar o volcánico) apunta a que acontecimientos que escapan a nuestro control podrían hacer que el clima de la Tierra cayera en picado en el futuro.
“No sé si va a ser exactamente de 475 grados Celsius o no”, dice Byrne, refiriéndose a la temperatura en la superficie de Venus. Pero si la Tierra atraviesa una transición como la de Venus, “hará mucho, mucho calor”.
Incluso si nuestra canica azul consigue escapar al destino de Venus, no habrá forma de evitar que nos dé un soponcio dentro de unos cinco mil millones de años. En ese momento, el Sol se expandirá hasta convertirse en una estrella gigante roja, subsumiendo a la Tierra en una llamarada ardiente.
“La opinión predominante es que el Sol se tragará la Tierra”, afirma Byrne.